Tras una lírica disputa la risa de eya empezó a manar intermitemente entre latigazos que lanzaba a mi cara articulando de un modo un poco cruel sus palabras (si es que es correcto decir que eran suyas y no de algo o alguien que la estaba usando como intermediaria para comunicarse malamente conmigo...). Y la risa fue aumentando cada vez mas rápido hasta convertirse en un excitante gemido orgásmico. Luego, en silencio, rompió el látigo y lo lanzó al lago de fuego, donde pude diferenciar la estela negra de un dragón de vacío.
Cuando regresé de ese sueño supe la verdad de sus sentimientos, de los de eya (todavía ignoro si es propio y válido citarlos como objetos personales...), supe que nada carecía de sentido tanto como el silencio sobrevenido tras el clímax de la risa (metafísica...), y que todo hubiera sido resumido en una chistosa mentira si no fuera porque fuera la noche todavía seguía expandiéndose bastante seriamente (¡)decisiva(!), variando la proporción de los objetos, reproduciendo distancias imposibles, de las cuales nacerían -pensé entonces- (quizás) mares inabarcabes y tierras continentales, nombres, sombras, voces silenciosas (salidas de la boca ventrílocua de aquel espíritu-dragón de vacío: neurálgico corazón...) y un amor tan fresco para cualquier (¿)mío(?) intelecto, dando así un solo soplo de frío viento (metafísico: infinito...) a la líquida superficie del mismo (eterno) lago ígneo en el que flotaron juntos en un tiempo (nunca) alternativo nuestros reflejos de nadie.
Al momento venidero se cerniría como niebla un tupido manto de ausencia, una máscara tapando el rostro agudo, anguloso... No tan lacerante sin embargo su voz acompasada a la orquesta que tocaba el caos con cuerdas en los dedos prometía un amor tan insólito como aqueya escurridiza figura que solía sorprender en sueños, aquel espíritu-dragón de vacío y yeno de maraviyas y excitantes risas orgásmicas repetidas en imágenes cristalinas, dentro de los ojos y bajo el velo de alguna mentirosa chistosa, cuando verdaderamente la noche instiga en esas veces a la seria y decisiva reflexión redentora de todas las vidas que alberga en su policromado tórax todavía, incluida eya misma, indistinta, manteniendo atada la inquina con la cuerda de la risa, cuerda robada por la loca a ninguno de los violinistas que tocaba ahora su tez blanquecina, en la sombra, entre las yamas líquidas, ni acariciando tan bien sus escamas, sus esquinas góticas, sus espinas y mi rosa...
Retozan en un abrir y seyar de párpados (casual fenómeno de introspección anárquica y todo eso que frecuenta la consciencia de los intrépidos y tontos saqueadores de cuevas draconianas, vacías en demasía, según historias oidas mientras eya dormía sombría en la suya), chocándose las colas y los cuernos con los fuegos fundados en el fondo del lago, en el vientre preñado de aquel dragón del que hablábamos mientras lo hacíamos al unir nuestros fragmentos del caos gracias a la presencia aquí intacta de nuestras manos cubiertas de camaleónicas escamas, mas invariablemente vacías, quizás, trenzadas al azar sus negras y densas trenzas entre compases de un adormecedor concierto de flautas ante las fauces de la nada, y he ahí mi antigua alma conteniendo tantas yamaradas, transmutando su elemental voluntad al son del agua...