Lloraba pensando en ella,
gemía, con su vacío,
y con su sangre escribía:
¡Mi vida, te necesito!
Soñaba que ella vendría
con cantos de muchos mirlos
como ecos que arrastra el viento
entre laureles y pinos
y con su canto expresaba:
¡Mi vida, te necesito!
Pensaba que era la reina
a quien daría su reino;
pensaba, si la veía,
vaciarse en largo suspiro
y así en suspiros decirle:
¡Mi vida, te necesito!
Un día mandó una carta
con versos muy emotivos
que nacieron, desde el alma.
Y en la carta quedó dicho
el amor que le tenía
desde siempre, desde niño,
y en un verso le decía:
¡Mi vida, te necesito!
La carta se fue volando
como pájaro a su nido,
la carta el verso llevaba
con sabor a vino tinto,
de ese vino muy añejo,
que sabroso sigue listo
con sus tintes escarlatas,
con presagio de buen vino
e insistiendo escribiría:
¡Mi vida, te necesito!
Y un día en la primavera
bajo la sombra de olivos
llegó la reina esperada
con un cielo azul marino
y aquel hombre enamorado
le dio unos preciosos lirios
y aquella elegante dama
con franca sonrisa dijo:
¡Yo también te necesito!
Y aquello que era imposible
terminó en un gran idilio...