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PATAGONIA I. No eres el fin del mundo

 Extraña, recóndita, ignota,

extremo austral del planeta

te llaman el fin del mundo,

Pero no. Eres polvo de cometa,

fruto de un clamor profundo.

 

De la creación, fuiste el día primero,

madre eterna y blanca,

pura e indómita,

misteriosa y callada,

lejana adrenalina,

para los viajeros.

El paso del tiempo,

tu solaz silencio testimonia.

Cruz del sur, radiante estrella,

guía mis pasos hacia ella;

gélida Patagonia.

 

En insondables abismos de hielo

se confunden el todo y la nada.

Sutilmente, vibra el liquen,

se remecen las algas,

el musgo en su verdor,

brinda caricias al suelo.

 

En tus valles,

de hierba arrodillada,

molle y calafate, crecen resilientes

mientras lengas, coihues y alerces

escalan al cielo desafiantes.

 

En tus cielos, la luna huye de

los tímidos besos que intenta el sol.

En tus fueguinas praderas

la vida y la muerte compiten.

En inmortal espera

-de multicolor aurora-

la negra noche se viste.

El puma, cazador furtivo;

al guanaco apetece,

mientras; astuta, la liebre,

rauda, desaparece.

 

Surcando tu gris horizonte

a través del tempestuoso viento

como los molinos del Quijote

vuelan los cormoranes inquietos.

En épicas batallas

con las golondrinas de mar

las intrépidas gaviotas

dispuestas a luchar.

 

¡Madre blanca!

No eres el fin del mundo

eres el principio de la vida,

del mundo, una maravilla;

Torres del Paine

bailando con las nubes

en sensual baile.

 

¡Oh Blanca inmensidad!

Del origen; el recuerdo

de tu tierra; nace el fuego.

En cofre de nieve,

con celo guardas;

de Dios, un abrazo

y de los Patagones;

sus pasos.