Extraña, recóndita, ignota,
extremo austral del planeta
te llaman el fin del mundo,
Pero no. Eres polvo de cometa,
fruto de un clamor profundo.
De la creación, fuiste el día primero,
madre eterna y blanca,
pura e indómita,
misteriosa y callada,
lejana adrenalina,
para los viajeros.
El paso del tiempo,
tu solaz silencio testimonia.
Cruz del sur, radiante estrella,
guía mis pasos hacia ella;
gélida Patagonia.
En insondables abismos de hielo
se confunden el todo y la nada.
Sutilmente, vibra el liquen,
se remecen las algas,
el musgo en su verdor,
brinda caricias al suelo.
En tus valles,
de hierba arrodillada,
molle y calafate, crecen resilientes
mientras lengas, coihues y alerces
escalan al cielo desafiantes.
En tus cielos, la luna huye de
los tímidos besos que intenta el sol.
En tus fueguinas praderas
la vida y la muerte compiten.
En inmortal espera
-de multicolor aurora-
la negra noche se viste.
El puma, cazador furtivo;
al guanaco apetece,
mientras; astuta, la liebre,
rauda, desaparece.
Surcando tu gris horizonte
a través del tempestuoso viento
como los molinos del Quijote
vuelan los cormoranes inquietos.
En épicas batallas
con las golondrinas de mar
las intrépidas gaviotas
dispuestas a luchar.
¡Madre blanca!
No eres el fin del mundo
eres el principio de la vida,
del mundo, una maravilla;
Torres del Paine
bailando con las nubes
en sensual baile.
¡Oh Blanca inmensidad!
Del origen; el recuerdo
de tu tierra; nace el fuego.
En cofre de nieve,
con celo guardas;
de Dios, un abrazo
y de los Patagones;
sus pasos.