Alberto Escobar

Toda una vida

 

Mors in media vita est. 

—Lucano en su Farsalia. 

La muerte no es sino 
la mitad del camino 
de una larga vida. 

 

 

Toda una vida. 
Contigo. A tu lado, 
riendo lo que haya
que reírse, llorando
lo que haya que llorarse,
dejándote ir si así,
como un torrente, vuelves
a mis brazos con más fuerza,
con más decisión, como ahora. 
La muerte, contigo, no sería
más que una estación, parada
y fonda para tomar resuello
y seguir, con más fuerza si cabe,
a tu lado, venerando tu efigie,
regando las flores que los idólatras
van dejando a los pies de tu ara. 
Toda una vida, sí.
Parece poco tiempo, ¿no?
Si así lo piensas te ofrezco 
como aditamento mi muerte, 
ese eterno reloj, quieto, inerte,
que no entiende de rotaciones
ni traslaciones, de alineamientos
astrales y monsergas de ese jaez,
y yacer sin prisas como yacen,
medievo mediante, los reyes, nobles,
y demás caterva histórica, en iglesias
de corte románico o gótico, las más,
en marmórea efigie a la vista curiosa
de un ser humano ya desentrenado
en lides de este calibre, que pasan y ven 
como en un circo. 
Toda una vida..., aunque te parezca poco,
presenciando tu otoñar sucesivo, sonriendo
al reverdecer de tus hojas tras una caída, 
alegrarme de tus logros más que de los míos
porque son míos tanto como tuyos, o más. 
Quererte, esperarte si es preciso a que vengas
hasta el exiguo espacio que ocupo cuando, 
por azares de la vida, decides hacer un viaje
—que sé que se queda en periplo porque vuelves,
porque sé que tus células no viven sino de mí,
de mi esencia, del néctar que te desprendo—, y
celebrar la vuelta por todo lo alto con una fiesta
de feromonas y gemidos, con unas horas vivas
que pasan muy a pesar de ellas mismas, que se 
detienen a contemplar el espectáculo en el olvido
de que tienen que pasar, porque pasar es su sino,
pero no pasan, se rebelan a Cronos asomándose
al balcón metálico de un reloj que no da abasto. 
Toda una vida. 
Esa es mi oferta...