Ya no pueden asirse fácilmente de mi materia
desde que escribo -murmura-
Ya no puede seducirme la soledad
con su piel oscura, su vientre suave y su boca
de mármol…
Ya no es posible perder el equilibrio, caer más
cuando uno está caído.
¡Déjala! -le dicen.
Ya no es posible dejarla, ya se ha ido -responde.
Ya no tengo a donde ir. Me provoca mucho estar
en este lugar devastado
donde se han juntado todos los desahucios.
¿Esto es maldad? -se pregunta- ¿esto es rendirse?
Todo ese color gris azulado, es como el eco
de un golpe mortal
penetrando la mirada, es el tiro de gracia a los ojos
de un ser aislado
que está humeando su cigarrillo, intentando
hallar el rastro de un alma en el cielo de la noche,
en el corazón del universo
Cierta noche, de todo ese letargo el viento frío
condensó una extraña gota de agua,
cristalina,
que rodó, resbaló y voló con el aire
como luciérnaga sobre bosque oscurecido
hasta chocar con una piedra del jardín rocoso,
abandonado.
Como si naciera de lo profundo de una galaxia
olvidada,
de ese golpe surgió una luz
atravesando a todas las sombras acorazadas
de la noche.
La gota de agua se hizo mar hirviente
y por un instante el desierto se hizo paraíso
de flores, surgiendo de ella
una criatura sonriente, desnuda de cuerpo entero
y cabellera desatada como sirena.
Esa sombra aislada, ese muerto viviente abrió
la boca
para decir algo, un nombre,
y solo cayó de rodillas sobre la hierba seca,
con los ojos abiertos, alzados, intentando levantar
las manos para tocarla y alcanzarla.
Aquella criatura resplandeciente con el rostro
de su amada sonreía con los ojos
y con todo su cuerpo le decía: ¡Ya es hora!
Y sintió la vida de nuevo, como si trascendiera
sobre el aire,
como ave feliz, liberada de su jaula, en su vuelo
otra vez,
sobre el abismo…
Todo fue en un instante largo, de luz perene.
Solo se sabe que al día siguiente fue hallado
tendido en el jardín
sobre hierba florecida, como si aún durmiera
plácidamente
con una media sonrisa en el rostro y fuera feliz
ingresando al sueño eterno.