Esa misma noche le susurré al fuego que te llevara, que juntara cada una de mis lágrimas y se las entregara a la tormenta que partía los cielos;
Sabía bien que no existía retorno posible aquel día; una vez que la daga atravesara mi pecho todo se habría desvanecido.
Los vientos del sur acompañaban con fervor mis cabellos en una danza junto a aquella hoguera y, casi sin pensarlo, sellé el pacto de una vez por todas…
A la mañana siguiente te habías ido y contigo cada uno de mis anhelos; los que alguna vez encendieron ese latido constante en mi pecho.
Ahí fue que entendí que lo embravecido de las llamas que me rodeaban era lo mismo que hace galopar a un caballo por kilómetros o a un guerrero gritar con todas sus fuerzas: el ansío de libertad en el alma.