Si mal no recuerdo,
valías oro
en aquellos triangulares días de primavera
-que siempre iban en alza-
cuando trasegabas, con tus propios dedos,
el reflejo de un naciente vino añejo...
¡Ay! de ti,
que de tanto yugo con amores baratos,
te fuiste a pique
en las duras aguas
de tu metafísica noche