Dicen que paraba el tiempo,
que su presencia avivaba el color a las flores.
Le gustaba mirar absorto
el tránsito de aviones y trenes
apoyado sobre el alféizar de su terraza.
Dejaba que su alma escribiese
los versos sobre los que volar
esos paisajes que le embriagaban.
Quería mostrar al mundo
lo que la vida le dictaba.
Por eso, escribía
después de leer con atención al silencio,
al vacío…
Sabía que en lo simple se encontraba,
subir al árbol de la vida
y cantar en sus ramas.