José Fas Fonfría

¡NO TE CONOZCO!

¡NO TE CONOZCO!

 

¡No te conozco! Me dice,
rehuyendo mi mirada.
¡No sé quién eres! repite,

mientras llora asustada.

 

¡Que he de hacer, Dios mío!

¡Que he de hacer!

¡Se ha cumplido lo que, entre bromas,

pronosticó, no hace mucho tiempo!

 

¡No te conozco amor mío, no te conozco!

Tantos años contigo, tanto tiempo juntos,

¡Y no te conozco, no sé quién eres!...

Temo que llegue, ese fatídico día,
ese día que no recordaré tu cara,
ni entenderé el lenguaje de tus caricias.

Tus caricias, ¡Tanto, que me han hablado,

durante los años, que estamos juntos!
Tantas historias calladas e interminables,
que hemos vivido acariciándonos,
tantas historias de amor que has escrito

en mis mejillas con la yema de tus dedos.


Y tus besos, ¿Por qué, no conoceré tus besos?
Si han sido lo más importante, lo indispensable,
los que hacían despuntar el día, y oscurecer la noche.

Que eran el ansiado, sutil y volátil alimento

por el que valía la pena vivir diariamente.

¿Qué será de mí, sin el sabor de tus besos?

 

No quiero pensar, que pueda llegar ese día,

no puedo imaginar, que tal cosa llegue a suceder,

pero… si sucede, por favor te lo pido,

¡No me abandones nunca!

¡Nunca, renuncies de mí!

¡No dejes de abrazarme, besarme y acariciarme!

 

No sé, si llegado el caso,

volveré a tener algún destello
de lucidez, en cualquier instante.
Si esto sucediera, aprovecha el momento,
lléname de besos y caricias, para
que me duren, en mis largas ausencias.

 

Yo te juro que me esforzaré por volver a ti,
en mis oscuras y solitarias nebulosidades,
intentaré concentrarme, para volver a ti,

y recibir de tu boca los besos y las palabras

que me ayuden a seguir viva, a la espera,

de cualquier oportunidad, de volver a ser quien fui.

 

Todo esto me dijo aquel fatídico día,

entre risas y llantos, y nos reímos y lloramos los dos.

Y hoy solo lloramos, ella de miedo, y yo de angustia,

una angustia fuerte, húmeda y abrasadora,

húmeda, porque me empapo de lágrimas de impotencia,

y abrasadora porque me quema las entrañas.

 

Soy, ya mayor, y si esto es un castigo…

los castigos deberían de venir, en la flor

de la vida, cuando uno, aún es fuerte,

y no en la edad madura cuando las

fuerzas ya me van abandonando,

¿Y qué hago Dios mío, que hago?

 

Sé, lo que tengo que hacer,

quererla, como la he querido toda mi vida,

y cuidarla, como la he cuidado también siempre.

Lo primero para mi… será fácil, me sale del alma,

y lo segundo, pondré todas las fuerzas que me quedan,

en intentar que no le falte de nada a mi lado.