En la suave brisa de la historia, las palabras de Jesús aún resuenan,
como ecos de una verdad antigua que en el corazón humano se posan.
Con parábolas tejía el misterio, con citas sagradas la visión,
y en cada frase, un universo de amor y divina pasión.
Era un maestro de memoria viva, un poeta de la ley eterna,
que en el lienzo del tiempo escribía con tinta de luz que interna.
Sus discursos, como ríos caudalosos, fluían con gracia y poder,
y en su voz, la resonancia del cielo se podía conocer.
Jesús, en sinagogas y montes enseñó,
y en cada palabra, un destello del reino celestial mostró.
Sus manos, que sanaban al herido, se movían al ritmo de su hablar,
y en sus ojos, la profundidad del cosmos se podía mirar.
En las Escrituras encontraba el mapa para la humanidad,
y con cada cita, un sendero hacia la verdadera libertad.
Desde Génesis hasta los Profetas, su sabiduría era sin par,
y en su ser, la esencia de lo divino se dejaba contemplar.
Como un faro en la noche oscura, sus enseñanzas eran luz,
guiando a los perdidos hacia un amanecer de plena cruz.
Y aún hoy, su voz resuena en aquellos que buscan entender,
el misterio de su vida, su muerte, y lo que vino a ser.
Porque en Jesús, el hijo de María, el verbo se hizo carne y habitó,
y en su mensaje, la promesa de un nuevo mundo se gestó.
A través de los siglos, su eco sigue vibrando con fuerza y calor,
invitando a todos a seguir sus pasos, en un camino de amor.