Lágrimas de sangre
En medio de un pueblito, real e indiferente
vivía un millonario, de enorme vericueto.
Gozaba de palacios, mansiones por completo
y dábale a sus hijos la acción grandilocuente.
Y un día, la tormenta que es siempre inconcebible
dejó dolor y llanto, la muerte tan terrible.
El viejo millonario lloraba acongojado
al ver que la epidemia frecuente lo azotaba;
su extirpe había muerto, la dura y cruenta aljaba
pasaba de inmediato como aire huracanado.
Tan solo en la agonía su esposa lo acompaña
llevando entre sus manos la nueva y cruel maraña.
—No sigas con el llanto, sentado en el hastío
que todo lo perdido no compra ni el dinero
—decíale su esposa—, no sigas que me muero,
aquí, aún vive otra, calmad esposo mío.
Oyendo su propuesta, Mariano se levanta
y dice titubeante ¿qué has dicho suripanta?
De nuevo aquella dama repite con dulzura:
—mirad acá mis manos, la llave del linaje.
Tenemos una niña, no seas tan salvaje...
mostrándole de pronto la bella y gran criatura.
Entonces, su marido sintió explotar su pecho
diciendo de rodillas: —¡oh, Dios, dame el derecho...!
Pasaron catorce años y aquella niña, enferma
noche y día, llorando. Sus padres lo dan todo.
Y en menos de seis meses pelean con el lodo,
con tal que sobreviva, y así, jamás se duerma.
Entando ya de vuelta la niña, con audacias
a aquellos dos adultos, sonríe dando gracias.
He aquí que aquellos padres cuidaban tiernamente
los pasos de su niña. Por ella, maravillas;
diamantes y joyeros, carruajes y bastillas,
y nunca supo nada, de todo lo existente...
vivía como reina, tenía sus mozuelas,
creyendo que la vida jamás trae secuelas.
A los dieciocho años su padre se le acerca
a darle un buen consejo, mas, ella en su arrebato
lo ignora. Sin embargo, su líder dijo: —el gato
que abuse de tu cuerpo, cruzándose la alberca
lo cuelgo y lo asesino, fugaz, junto a su amada
o entierro sus amores si estás embarazada.
Al tiempo, al tiempo cae, se va con un pedante
en desobediencia, y escapa del palacio
sabiendo que ha fallado. No sé qué es de mi espacio
—decía recurrente —, mi vida está distante...
y allá, allá en otro pueblo su esposo la maltrata;
le da golpes a puño y a su hijo pobre mata.
Y eso, eso no lo es todo... todito el sufrimiento
que tuvo la muchacha, después de aquel aborto.
El hombre drogadicto le grita: —¡no soporto
tu ingenua transparencia, tu llanto y tu lamento!
Me veo aquí obligado a odiarte y no a quererte,
y acá mismo te dejo, me traes mala suerte.
Ahora aquella joven que era tan mimada
y nunca nada hacía, lavaba ropa ajena;
viviendo en la miseria, pagando una condena
que pudo haber desviado, mas, nunca supo nada...
espinas le carcomen el alma y en seguida
aprende valorando las sendas de la vida.
Pasaron trece meses y al borde de la muerte
se hartó de la agonía, de todo espumarajo
y yendo en la desdicha le ofrecen un trabajo:
el cuido con medida de dos ancianos. ¡Suerte!
—Dijo ella anonadada— ¡ya tiempo, no taladres!
Sabiendo que tenía la casa de sus padres.
Y así fue, fue al trabajo. Pero algo le aturdía:
la casa en que cuidaba, quedaba en frente a ella...
allá donde reinaba, flotaba como estrella,
allá donde hay silencios, allá donde vivía...
no pudo con el llanto que abrieron en su mente
los rostros cautelosos, los seres del presente.
Y dijo a sus quedares su anhelo tan inquieto:
—yo quiero decir algo, pero antes no me eleven.
He escrito acá una carta, pues quiero que la lleven
a esa casa grande, a esa... y espero que el panfleto
lo lean a mis padres. Es todo por ahora.
Tan solo añoro a ellos, mi cama soñadora.
Y aquellos dos patrones, corrieron de inmediato,
tocándole a la puerta, diciendo: —¡gran noticia!
En eso sale un hombre con ojos sin malicia
y grita: —a ver ¿qué os pasa? ¿Por qué tanto arrebato?
Decidme que es mi niña, que está de vuelta ya.
Mas, ellos respondieron: —su niña, manda acá...
Y le contaron todo, lo dicho por la carta:
ahí donde decía que pronto ella volvía;
volvía si olvidaban su ingrata felonía,
en busca de perdones, de ambos, no descarta.
Que sueña día y noche viajar hasta sus brazos
en donde solo tenga caricias, no rechazos.
Mariano, sin pensarlo les dice con certeza:
—acepto su propuesta, pues queda perdonada
y díganle que espero su risa y su mirada,
que siempre es nuestra niña, la reina de belleza.
Alegre los patrones corrieron a avisarle
y ella, ella sin palabras quedó solo al mirarles.
A todos que son padres, sirva esto de consejo,
no mimen a sus hijos, inculquenles valores.
Que sean ellos mismos la miel de los amores
en cual pueda notarse, muy pronto aquel reflejo.
Mariano fue dichoso después que Esther volviera,
haciendo gran alarde, contando su quimera.
Samuel Dixon