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Ama a Jehová tu Dios (Mar. 12:30).

 

En el vasto lienzo del universo, donde cada estrella es un pincelazo de luz y cada galaxia un remolino de colores cósmicos, se despliega la poesía de la creación, una sinfonía de existencia que resuena con el eco de \"Yo soy\". En este escenario inmenso, la vida emerge como una chispa divina, un susurro en la eternidad que proclama la grandeza del Creador.

 

Desde el alba de la conciencia, los seres humanos han buscado comprender su lugar en esta obra maestra, mirando hacia las alturas en busca de respuestas, encontrando en la vastedad del cielo un reflejo de su propia búsqueda de significado. En la naturaleza, en la bondad, en la belleza que nos rodea, muchos ven la mano de un artista supremo, un arquitecto de realidades que teje el tapiz de la vida con hilos de amor incondicional.

 

El amor, esa fuerza que mueve soles y corazones, se manifiesta en los actos de generosidad, en los momentos de cuidado y compasión. Es el amor el que inspira a los padres a proteger a sus hijos, el que impulsa a los amigos a sostenerse mutuamente en tiempos de necesidad.

 

En las historias que contamos,  encontramos ecos de este amor divino, una narrativa que atraviesa culturas y eras, uniendo a la humanidad en una comprensión común de lo sagrado. Es un amor que no conoce fronteras, que no discrimina, que ofrece redención y esperanza y el rescate es un regalo hermoso de Jehová.

 

Y así, en la contemplación de lo divino, en la meditación sobre el misterio de la existencia, muchos encuentran consuelo en la idea de un ser supremo que ofrece guía y propósito, que extiende una invitación a participar en un plan más grande, un diseño que abarca más allá de la comprensión humana y ante nosotros la vida eterna.

 

En la poesía de la fe, en los versos que cantan al Creador, en las oraciones que se elevan como incienso, se expresa el anhelo del alma por conectar con algo más grande que uno mismo, por encontrar un sentido que trascienda lo efímero, por descubrir un amor que perdure más allá del tiempo y el espacio.

 

Porque en el corazón de la existencia, en el núcleo de todo ser, en la esencia de cada momento, hay una verdad que resuena con claridad: que la vida es un regalo precioso, que cada respiración es un milagro, que cada día es una oportunidad para amar y ser amado. Y en este reconocimiento, en esta apreciación de Jehová, muchos encuentran razones infinitas para amar.

 

En un jardín eterno donde el tiempo se detiene,

donde las personas danzan en armonía y paz,

se canta el amor de Jehová, vasto e inmenso,

un amor que promete vida sin final.

 

Con cada amanecer, su bondad se renueva,

y en cada atardecer, su misericordia se refleja.

La humanidad, unida en esperanza y fe,

sueña con un mañana donde todos puedan ser.

 

Vivir para siempre, no solo un deseo,

sino una promesa en el corazón guardada,

un eco divino que en el viento se lleva,

y en cada ser, una luz que nunca se apaga.