Ella estaba desnuda bañándose en la playa;
esa noche de luna, silenciosa, callada.
Yo escondido en las rocas, como fiera al acecho,
la miraba y sentía que estallaba mi pecho.
Mis ojos no podían dejarla de mirar;
parecía una estrella de hermoso titilar.
Mis manos deseaban acariciarla toda,
mi boca deseaba naufragar en su boca.
Salí de donde estaba para verla mejor,
noté que me miraba sin miedo, sin pudor.
La vi salir del agua…, parecía una diosa;
la luna sintió celos al verla tan hermosa.
Estábamos muy cerca, yo sentía su aliento;
y pensé que volaba mecido por el viento.
Fue arrancando mi ropa con manos juguetonas,
posó sobre mi pecho sus pechos como rosas.
Se unieron nuestros cuerpos e hicieron erupción,
su contacto fue muerte, su piel, resurrección.
Caricias que eran lava, llamas de fuego vivo;
el cielo nos miraba, la noche era testigo.
Yo deslicé mis dedos por su fina cintura
y al sentirme movía sus curvas con soltura.
Entramos en el agua y entre abrazos y besos,
al vaivén de las olas calmamos los deseos.
Y nos amamos una y otra vez y otra vez,
éramos mar y arena, noche y amanecer.
Y ya medio dormidos y llenos de estupor
juramos que por siempre reinaría ese amor.
Y se ve entre las olas jugando en esa playa
dos amantes desnudos en las noches calladas.