El tiempo es tan veloz,
que en un abrir y cerrar de ojos,
los hijos,
alzan el vuelo y se van.
Queda un vacío,
que se ampara en un consuelo:
la prodigiosa experiencia
de haber crecido junto a ellos,
en el intento de alcanzar
el máximo esplendor.
Así pasen los años,
hasta el último día de nuestras vidas,
nos persuade la caprichosa idea
que siguen siendo niños.