En el surco de los remolinos taquigráficos,
entre pasiones errantes, marca la desidia,
sellada por el tiempo. Yo navegué sin brújula,
sin fulgores, hacia la caldera mutilada de tu risa respingona.
Así te exploré, en tu áurea esencia, expresión nacarina,
que alimenta el fuego de nuestros celestes cuerpos,
creando, sin prisa ni sombra, las hornacinas de un ardor
cuadrilátero y de caricias inconclusas.
¡Temerosa y soberbia, soberbia y temerosa!
Mil presagios han pasado “dándose contra las paredes”,
y tu perfil dominguero, sombrío y efímero,
“cae de bruces” en la quietud de la tarde.
A veces, el silbido redentor “de buenas a primeras”
regresa como un niño azul, trayendo la eternidad
a nuestras almas errantes.
Ahora, la vida me orbita en curvas y puntos suspensivos,
en un torbellino piroclasto que avanza hacia el destino
de tu fábula, como el huracán que arrastra una espiga
frágil y muda por la añoranza prieta del océano,
perdido en el contorno ebrio de la memoria.
¡Ah, señuelo del sendero quieto, cierra tus puertas!
No espero voces roncas de lágrimas ni ilusiones
ocultas en secretos subterráneos; solo una leyenda
de marea límpida que se vierte sobre nuestros cansados pies...