Me anticipaba a todo por quererte,
llegando antes que la noche
para no escuchar sus insolentes descargos.
Las abejas no conocían aún el dejo de las
faldas
y yo ya traducía (de memoria)
tu primorosa orquestación:
fulgente...
paciente...
Cuando la luz hacía mella
en nuestros cuerpos perfectos
al rocío lo avistábamos,
recién desayunado.