Paseando por los aún oscuros caminos
con olor a hierba, musgo y tierra mojada,
se escucha el canto de ruiseñores y mirlos,
y el suave crujir de ramas en cada pisada.
De místicos y etéreos seres la presencia,
en sones fugaces y sutiles gestos se adivina,
en las flores, hojas y hongos ves su esencia,
y pareciera que un ciento de ojos te vigila.
En su negro corcel la noche ya se ha marchado
acallando a los trovadores de la oscuridad,
y arrastrando al paso su gran manto estrellado
hasta que de nuevo vuelva en su periplo circular.
Todo el paisaje se torna irreal y se engalana
para recibir al nuevo día en todo su esplendor,
el mundo se despereza con una calma arcana
que va diluyendo las sombras a mi alrededor.
Mil rayos de luz se filtran entre las hojas
proyectando haces en la bruma de la mañana.
Aquí y allá monolitos de viejas basálticas rocas
son testigos mudos de una erupción ya lejana.
En una charca profunda chapotea alguna rana
y renacuajos nadan entre las algas de verdes lanas.
Los antiguos hayedos captan la luz de la mañana
y entre neblinas el sol se abre paso entre las ramas.
Ha llegado el momento de volver camino a casa,
sin desmerecer las bondades del día que ahora empieza,
prefiero la mística calma de cuando todo descansa
y a los que cantan a la Luna: el lobo, el sapo y el poeta.
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