♥(¯`*•.¸♥millondurango♥¸.•*´¯)♥

Odiarán a la prostituta y la dejarán en ruinas y desnuda. Se comerán su carne y a ella la quemarán por completo con fuego (Apoc. 17:16).

 

 

En el susurro de la brisa, en el murmullo de las hojas,

se halla la esencia de una adoración que es pura y elevada.

No en templos de piedra ni en altares dorados,

sino en el acto sencillo de tender una mano amiga.

 

Es la visita al huérfano, la compañía a la viuda,

en sus momentos de tribulación y desesperanza.

Es el corazón que se abre, la mirada que comprende,

la adoración que no necesita de ornamentos ni de alabanzas.

 

En cada acto de bondad, en cada gesto de amor,

se refleja la voluntad divina, pura y sin mancha.

Es el servicio desinteresado, la caridad sin testigos,

lo que a los ojos del Creador, se torna en adoración verdadera.

 

Porque no es la palabra grandilocuente ni la promesa vacía,

sino la acción humilde, el paso silencioso de quien ayuda sin mirar a quién.

Es en el cuidado de los más débiles, en la protección de los desamparados,

donde se manifiesta la fe que es auténtica, la que agrada al Padre celestial.

 

Así, la adoración no se limita a un día ni a un lugar,

es un camino de constancia, una senda de inmaculada devoción.

Es mantenerse firme en la verdad, inquebrantable en la virtud,

y en cada respirar, en cada latido, honrar la creación.

 

Que no se manche el alma con la maldad del mundo,

que se preserve intacta, como un reflejo del amor divino.

Que la adoración sea un vivir cotidiano, un eterno florecer,

como el río que fluye, sereno y constante, hacia el mar del infinito.

 

En la forma de adoración que Jehová considera pura y sin contaminar,

se encuentra la belleza de la simplicidad, la grandeza de la humildad.

Es un llamado a ser luz en la oscuridad, esperanza en la desolación,

a ser, en esencia, la expresión viva de la divina voluntad.

 

Que cada acto sea una oración, cada palabra un himno,

cada día una oportunidad para elevar el espíritu.

Que seamos templos vivientes de fe y compasión,

y que en nosotros resida siempre la forma de adoración más sincera. 

 

Así, Sant. 1:27 no es solo un versículo, es un eco eterno,

una guía para el alma que busca la pureza en su adoración.

Es el mapa hacia la santidad, el bálsamo para el corazón herido,

y en su sabiduría, nos enseña el camino hacia la redención.