Somos como las aceras
de una larga calle
que une y separa dos destinos.
Ellos se inician donde se cortan,
las líneas de su perspectiva infinita,
en el punto de fuga que une sus vidas,
siempre juntas a lo largo de toda su existencia,
y a la vez separadas,
cada quien en su acera,
con sus puertas y ventanas,
donde viven los seres más queridos,
los que nunca olvidan.
Es la calle de todos los recuerdos
donde viven los amigos,
nuevos y antiguos,
que de vecinos de siempre
terminan uniendo sus caminos.
Así es la calle que une nuestros destinos.
Cada quien con su acera de la vida,
separadas y unidas desde el lejano punto de fuga,
pero siempre unidas
por un subterráneo desconocido.
Quizás alguien se vaya hacia otras calles,
quizás alguien fallezca para no ser eterno,
tal vez alguien nos olvide,
y mude su destino.
Más no importa, siempre un nuevo árbol
aparece en el camino.
Es una calle común,
donde la vida sigue su propio rumbo.
Acaso los hijos de unos,
se hermanan con los de otros,
y sin quererlo nosotros,
a nuestra cuenta irá la unión de sus destinos.
Ellos harán nuevas calles
construyendo su ciudad,
haciendo de sus vidas
un enramado de amistad y amor,
la ciudad de los unidos para siempre
la ciudad sin olvidos.
Hoy, haciendo una parada,
en esta larga calle de dos sentidos,
somos nosotros la imagen presente
en el plano perspectivo.
Estamos a la vista de las personas
que cruzan nuestras vidas,
transitando por sus caminos transversales
haciendo su destino.
Hoy, haciendo una parada en el tiempo
miramos hacia la fuga,
y vemos el comienzo, el amor naciente,
vemos el origen de lo que fuimos y somos;
Y mirando hacia el futuro,
en sentido contrario,
vemos a una distancia ya previsible,
la penumbra que envuelve
el recuerdo de los tiempos vividos,
cuando los amigos se convierten en olvido.
Simplemente vemos el final,
vemos el mar,
siempre el mar
solo el mar.
Frank Calle (29 / dic / 2018)