En la antigua Éfeso, resonaba el eco de una voz,
que a los fieles allí congregados, su amor recordó.
\"Persisten, sí, en la senda de la fe sin desmayar,
mas el primer amor perdido, deben recuperar.\"
Así como las aguas del río Cayster fluyen sin cesar,
el amor primero debe en el creyente renovar.
No basta la resistencia, ni el mero actuar,
es el corazón sincero lo que debe palpitar.
Por amor y gratitud, la adoración se ha de elevar,
más allá de los actos, es la intención lo que va a pesar.
Como el olivo en la tierra de Anatolia ha de arraigar,
así el amor genuino en el alma ha de habitar.
Vigilantes y despiertos, como centinelas a la par,
los de Sardis escucharon el llamado a despertar.
Aunque el fervor pasado pareciera desvanecer,
la llama de la devoción, Jesús instó a encender.
No es el tiempo de dormir, ni de en la complacencia caer,
sino de avivar el fuego que nos hace renacer.
Jehová, el Eterno, no olvida la obra de la fe,
cada acto de amor, en su memoria quedará de pie.
Así, en el caminar diario, con paso firme y leal,
recordemos el amor que al principio fue central.
Que la adoración sea pura, sin mancha ni rival,
y que el amor sea la guía, en este viaje terrenal.