Ella esperaba nerviosa
debajo de aquel palmar;
sus mejillas sonrosadas
y sus labios de coral.
Sus ojos, un par de almendras,
con mirada virginal,
su cuerpo, joven y casto,
ya con ganas de pecar.
Solo quince primaveras;
aún no sabía amar,
pero el amor ya llegaba
con fresco aroma a verdad.
Él era un chico del pueblo,
ojos llenos de bondad;
la sinceridad, su canto
la juventud, su versar.
Veloz como una saeta
llegó hasta aquel palmeral
donde lo esperaba un ángel
con el que quiso volar.
Se encontraron en un beso
que hizo estremecer al mar
y se vistieron las olas
de nácar y de cristal.
Mil abrazos que acarician,
caricias al abrazar,
los dos vestidos de arena,
de piel, sexo, viento y sal.
Dos cuerpos, un corazón,
descansan sobre su paz
con ilusiones de “siempre”
y sueños de “eternidad”.
El sol quería mirarlos
pero tuvo que escapar,
pues se acercaba la luna
con rostro primaveral.
Y las sombras cobijaron
ese amor de tierna edad
que nació entre sol y luna
debajo de aquel palmar.