Se secaron las flores que embellecen mi jardín,
quizás fui yo quien las dejó morir.
Flores marchitas, jardín sin vida.
Se llenó de polvo mi máquina de escribir,
quizás fui yo quien dejó de existir,
historias vacías con silencios que aturden
cada rincón de mi.
Caí al abismo en cuestión de segundos
y puse para todo un “quizás”
porque es más fácil culpar a la vida,
que culparse a uno mismo.
Se secaron mis jazmines, mis malvones,
mi rayito de sol,
poco a poco fueron perdiendo su color.
Así como a la misma vez moría algo dentro de mí.
Pero lo dejé salir.
No reprimí nada de lo que sentía,
no reprimí mis lágrimas,
mi desolación,
mi mirada desconectada de la realidad.
Entendí que para seguir debía aprender
a vivir con ese dolor
y no cargarlo como si fuese una mochila,
sino más bien,
cada tanto aliviar el peso
con una lágrima,
con un abrazo,
con una charla.
Murieron todas las flores de mi jardín,
pero sé que en primavera volverán a resurgir.