Ocurrió, quizás ocurrió, en el laberinto oscuro que invitaba a seguir persiguiendo huellas de incógnitos caminos. Sendas que lo llevaban a oscuros espejos que se diluían en su presencia.
Acechaba ese, su enemigo cada día, cada amanecer y cada noche, a toda hora, en cada instante de su vida. No lo conocía pero vagaba en su mente entre trémulas sonrisas y horrores de espanto. Nunca había visto su rostro, pero siempre sabía de su presencia.
En principio no le prestaba atención pero su huella siempre estaba, mirándolo silencioso, observando sus acciones, y respirando su propio aire. No podía deshacerse de él.
Comenzó un día a inquietarse, no sabía la razón, nunca lo había amenazado, pero su presencia lo abrumaba. Quiso seguir su vida rutinaria pero esta vez no pudo. Tenía que saber de él y del porqué de esa persecución que de pronto lo atormentaba.
Ya dispuesto a enfrentar lo que fuere decidió terminar de una buena vez con la situación sabiendo quién era y dispuesto a acabar con el terror que de pronto sentía.
Así fue que ocurrió: fue una noche de un junio de cualquier año en que su voz tronó aullando al perseguidor de su vida entera para que lo enfrentara. Comenzó a luchar y en loca locura, ya desbordado, empezó a darle golpes , pisoteando sin sentido las baldosas de su cuarto, frenético de ira.
El enemigo seguía persiguiéndolo y ya no entraba en su razón la forma de ignorarlo o matarlo.
Ya enloquecido, en cualquier noche del tiempo, por fin lo encontró, deshizo por fin el macabro hechizo.
Nunca supo que con su muerte moriría él también: mató por fin a su sombra y con ella cedió su vida en su más gloriosa victoria.
(Patricia)