En los surcos del tiempo, Salomón halló la verdad,
que el fruto del esfuerzo es divina calidad.
Con manos de sabiduría, casas erigió,
en viñedos del alba, su pasión vertió.
Jardines de ensueño, estanques de paz,
ciudades que en el horizonte, su silueta traz.
Más en cada piedra y en cada flor,
sabía que la felicidad era algo mayor.
No solo de sudor y tierra vive el rey,
sino de la gracia que en lo alto está, ley.
El templo a Jehová, con devoción levantó,
siete años de fe, que al cielo escaló.
Y en la quietud de su corazón reflexionó,
que más allá del oro y la ambición,
las obras del espíritu son la verdadera canción.
\"Obedece al Creador\", fue su conclusión.
Así, en versos antiguos, la sabiduría fluye,
como río que al mar de la vida concluye.
Salomón, en su legado, nos dejó ver,
que en lo eterno, debemos nuestro ser sumergir.
Porque en el temor a lo divino encontramos,
el camino que a los cielos nos elevamos.
Y en cada mandato, en cada palabra de amor,
está la clave que al alma da calor.
Que no se pierda en el viento tal enseñanza,
ni se olvide en la historia su esperanza.
Porque en cada acto de fe, en cada oración,
está el eco de la más alta canción.
Que resuene en el tiempo, que brille en la eternidad,
la voz de Salomón, en su celestial claridad.
Porque al final del día, al final del sendero,
es en Dios donde hallamos el amor verdadero.