Advertí el fuego,
cuando tus labios se posaron sobre los míos,
y en tus manos anidaron mis pasiones contenidas,
dando paso al incendio del génesis,
el origen de la vida que hizo brotar,
el primer canto del mundo.
Más allá de nuestros cuerpos,
nuestras almas invocaron al viento,
sobre el tabernáculo volcánico,
de nuestra entrega,
ofrendando a los dioses,
tu mirada abisal y tu ternura.
Y ahora, una pasión virginal me lía a tu boca,
dando posibilidad a lo imposible,
cuando mi sexo envejecido,
se hace mancebo en tus labios,
bajo la generosa sombra de tu pecho desnudo.