Al fin, la mecánica cuántica del sueño astral,
del universo redimido, atraviesa fugazmente
el lienzo sutil de tu sonrisa, enlazándose al rumor
del naciente beso del sinfín.
Melancolía de un fotón por lo imperfecto, que despliega
su ultravioleta calendario sideral contra la orilla
abismada de vapores negros, colores sorprendentes del desaliento.
¡Ah, sonido de la vida que invade intermitente!
Cuerpos de energía resistente, amor perpetuo de noches índigo.
¿Quién te reconoce a lo largo del camino? ¿Acaso fue Max Planck,
quien llevó el sentimiento atómico a la razón?
Apaciguando pesares en un adiós sereno y marchito,
exponiendo los ojos de fuego del universo en borrascas foscas,
donde sólo deben cantar las estrellas más versátiles.
Vacío espectral donde la tarde desciende lúcida,
corazones llorados en celeste, conciencias llagadas de clemencia,
alardes de cáñamos ignorados en secuencias de lustrosas poesías.
¡Oh, bramidos de teoremas difuntos que vieron su primera luz!
Un día como hoy, cuando en tu mundo,
ni el calor ni el frío hacían parpadear el amor;
cuando besabas con dolor, la tierra se abría;
cuando el relámpago mojaba tus labios dorados,
la caricia se convertía en una libertad de luz.