Ivette Urroz

Sol bruñido en nocturnidad dorada de melancolía

Sol bruñido en nocturnidad dorada de melancolía,
como un embrujo tocado por abrasadoras ilusiones,
sensaciones de panderetas que arden vagamente,
empeñado en ser amado, pero solo en decibeles prisioneros,
como ruido sobre ruido, inservible y sordo.
A mi soledad te acomodo en sonidos invisibles,
oscuros y lentos, como el fulgor de media noche en el tormento.

Rocíos de rubíes en un sol bruñido por acontecimientos,
te acogieron en pétalos blancos de tristeza,
hasta los ramajes de ritmo alterno, brotados de enigmas
intuidos, pero nunca escuchaste la melodía del sosiego,
como bronces de halago en un nudo ciego, fragmentos
de cristales de una alegría fatigada y rota.

Velas de quehaceres atornilladas en cielos forjados
por la vida, donde mis cinco sentidos son dueños de mi dolor.
¡Oh, Hume! ¿Quién gobierna esta pasión acalorada
por el cansancio? Teniendo toda la razón, un sol bruñido
se convierte en paisaje de recuerdos dispuestos a agujerear
el alma, silenciosa y eternamente; a veces vuelan libres,
y lloro y lloro, y soy feliz, como un tierno amanecer
en los cielos de Dante.

¡Oh, verdes y floridos gestos de la naturaleza, donde
la conciencia puede vagar sin engaños, carne de día,
sueños de noche! Si antes de la palabra, el sigilo
era más claro; si antes de la luz, la oscuridad
era más sonora. ¿Quién recorre el trayecto de la luz incierta
y se desvanece en la penumbra de su propio enigma?