Es otra madrugada.
De nuevo el cruel insomnio se presenta;
en forma descarada
me reta. —Lo aparenta—
Se sabe ganador cuando me enfrenta.
Y veo el anhelado
prefacio de mi sueño que se aleja.
Me siento tan cansado,
mi cuerpo lo refleja,
no logra resistir, se desmadeja.
Con mi cuerpo vencido,
—no logro comprenderlo, con franqueza,
carece de sentido—
asaltan, con fiereza,
sinfín de pensamientos mi cabeza.
Intento sólo asirme
de aquellos agradables pensamientos
que vienen a invadirme;
pretendo esten exentos
de amargas situaciones y lamentos.
Pero, en algún instante
se torna el pensamiento más sombrío
—sin ser tan alarmante
el leve desvarío—
por causa del cansancio y el hastío.
Y todo lo cuestiono.
Tratando de pensar con optimismo
—dejando en abandono
mi orgullo y mi cinismo—
me pongo a dialogar conmigo mismo.
En esta situación
—de nuevo— me sorprende la mañana.
¿Con la meditación
—que ahora es cotidiana—
allano mi camino hacia el Nirvana?
Con un poco de suerte
el día pueda ser más halagüeño
y todo se revierte.
Quizás y si me empeño
podré tocar el vértice de un sueño.