Tomás Sánchez Rubio

HISTORIAS

Me vi hoy temprano en el espejo

soplando más velas de lo debido,

mientras pedía deseos a barlovento

de unos años que van pisando las flores

sin siquiera dignarse a contemplarlas.

 

Creí reconocerme reflejado

en aquel miércoles

de encendida ceniza,

cuando te conté y lloramos juntos

los recuerdos agrios

de una niñez que acababa volviendo

a cada piedra del camino.

 

Torcíamos entonces las esquinas

de las horas

como si fuesen páginas de un libro

olvidado en la mesilla de noche.

 

A la manera de novios antiguos,

no pagábamos peaje por las sonrisas

lanzadas a las adelfas mientras

paseábamos a la orilla de un río

que se complacía

en hacernos creer,

por piedad o por diversión,

que era el mismo del día y la noche.

 

Seguimos todavía jugando al despiste

con el ocaso y sus secuaces.

Continuamos disfrutando

contando historias,

tratándose quizá de la misma

a la que ponemos distintas voces.

 

Sin procrastinar besos

ni sosegadas cartas

con sello de urgencia,

la muerte presentida se hace amable

compañera de viaje habituada

-y algo cansada ya-

ante nuestras simples, sencillas,

inacabables

palabras de amor.