Como mares de rocas en armonías mecánicas,
orquestas la danza virgen de los astros risueños,
una selección deliberada a través de siglos y siglos,
y es el susurro del Génesis, el bramido de la nada.
Entibiado, el corazón cándido de picardías furiosas
gravita sonriente, despojado de maravillas silentes;
y en el gesto de la vida, se cierne el escepticismo,
ojos dramaturgos en el nido siniestro de la fatalidad.
Péndulo de polvosos ocasos erra, cansado, de tumba
en tumba, de hombros a hombros, hasta el ojo de la humanidad;
rebuzna la psicología del sueño relampagueado
bajo la noche que se alarga en escombros cósmicos.
La madrugada, hablando sola, parecía un campanario
lleno de inquietudes, que gobernaba el patíbulo del amanecer.
¡Oh, vejez sin vejez! Sus canas eran libres frente a la vanidad
del mundo, como tercetos sabihondos saltando el paso
cuántico de los silencios, filosóficamente.