Al abrazarla, su presencia irradiaba tristeza y melancolía,
como si en cualquier instante el mundo se desmoronara.
El miedo se apoderó de mí, temiendo no tener la fuerza
para sostenerla, para evitar que se desvaneciera en la nada.
La textura de su piel era como un delicado suspiro,
temí que al tocarla, se esfumara entre mis dedos.
Sin embargo, su abrazo emanaba un calor tan reconfortante,
que no encontré en mi ser la voluntad de soltarla.
Quizás sea el vértigo de perderla lo que me atenaza,
ese temor latente de verla desvanecerse con la aurora.
Recordando el inicio en el horizonte etéreo donde la conocí,
dos almas que parecían destinadas, culminando en la pérdida inevitable.