Caminando a paso ligero se aleja una sombra distante,
Con la gracia de un caballero se oye su paso aplastante.
Su armadura brilla imponente, cada paso, firme y constante,
Blandiendo el peso de un destino que nunca fue vacilante.
Era un rey entre hombres marchitos, en su porte, en su semblante,
Pero descendió al abismo por compasión desbordante,
Una dama sin luz ni brillo, de alma rota y errante,
Que dejó escapar la grandeza por un eco insignificante.
Sus ojos, profundos como la noche, ocultaban su quebrante,
Mas su furia silenciosa era más dura que el diamante.
¿Qué valor tiene la nobleza, si el desdén es lo que se implante?
¿Qué importa la majestuosidad, si el desprecio es dominante?
Se aleja, majestuoso, entre sombras, en su juicio aplastante,
Dejando atrás la sombra de un error, como un peso agobiante.
Que ella se quede con su vacío, en su andar errante,
Él seguirá su camino, con dignidad de gigante.