Me desperté soñándote aquel día
en que estrenó mi corazón latidos,
y le puse tu nombre y apellidos
al cielo, al sol, al mar y a la alegría.
ANTONIO GALA
Meditación sobre lo que tu nombre, para mí, es y encierra
ALMU.
He ahí una palabra con vocación de infinito.
No una identidad pronunciable; más.
No un recoveco de casualidad
umbilicado a la arbitrariedad de sus letras; más.
No ese escalofrío incierto, mnemoparlante,
en pos del cual logro estar, sin estarlo,
donde sea contigo, donde sea; más.
Porque la carne se hizo verbo. Y más.
Siempre más.
Predispuesto a significar,
a fecundar historias, sentidos,
qué torpe sería anquilosarme en una, en uno, siquiera:
con solo vivirnos,
el nombre que por palabra llevas
no tardará en alumbrar otra, otro, además.
El nombre que por palabra llevas, tu nombre,
manojo de recuerdos ambulante, tamaño bolsillo, tu nombre,
no el de alguien también así hipocoristicada, el tuyo, tu nombre,
tanto lo he hecho mío, tanto,
que en sí ha verdecido un campo, más que semántico, sobrenatural.
Me explico:
¡qué no significa ALMU en mi actualidad!
Si los demás supieran…
Pero los demás,
que sólo ven en tu nombre un nombre, y no un abismo,
pastorean mi voz
hacia inanes sustitutivos,
hacia vaguedades de signo ‘amante’, ‘pareja’, ‘amiga’…
(¡ALMU, en aras de la precisión!).
¡Como para pretender que lo entiendan!
En cambio, yo,
que ignoro los confines de tan humanoide, quizás vitalicio, rumor,
puedo fascinarme ante él aún. Puedo.
Y por eso, como en otra cualquiera, en esta ocasión,
vuelvo a oficiar el ritual de nombrarte,
o lo que es lo mismo,
a maravillarme,
sobre todo cuando detrás de ese ALMU apareces tú.
Todavía: paráfrasis de un pronombre (2024)