Silueta de espiga delgada,
hombros calmos, piernas mansas,
fuiste como un ombligo tembloroso, en mí.
En el desastre.
Qué lástima que no pude atar tu cuerpo a mi boca.
Pero siempre lo avistaré,
en la consternación de las mañanas,
en las estatuas ebrias de lluvias,
y en la naturaleza que no se encoge.
Crudo pétalo de agua.
Vivo retrato de Dios que respira.
Qué lástima que no hallé otra manera,
de atar tu cuerpo a mi boca;
sino con estas austeras palabras.