Otxamba Quérrimo

Sinfonía de fiebre

Raras veces resisten
dos soledades juntas las palabras.
LUIS GARCÍA MONTERO

 

Plano secuencia de texturas musicales, hipertérmicas

 

          ESTABAS TÚ,
como una noche de pared.
Y estaba yo, 
     otra vez, 
          a tus anchas.
Eso era todo.


          Era.


Menos antes,
movimiento:
surca la iniciativa
la distancia.      

Sorpresa, sonrisa, expectación…

          Pausa.

Tempestamos.

La carne se pone a dialogar;
los labios, a pedir de boca.
No saborean, salivan.
No sacian, hambrientan.
Como contrapunto, los dedos.
Dejamos que susurren,
que rastrillen
nuestros brazos, 
nuestra espalda, 
nuestra suerte,
con la caligrafía del fuego,
abrasándonos.
De sed en cuando 
resbalarán, 
o hacia abajo,
o hacia adentro,
     hacia adentro,
          hacia adentro…


Despierta el oído.

          ¡Demasiado que escuchar!
Porque nuestro alrededor cruje: ¡nos subtitula!

Son las sombras, que refulgen. 
Son las piernas, que titilan,
como en tu cuerpo el color.  
Ya no hurga frase alguna en el silencio.
Dedos y labios,
labios y dedos,
ya no salivan, deshacen;
ya no resbalan, rasguñan. 
Y los ojos, opacos.
Y la piel, al dente.
Y los besos,
esos besos,
en tanto que un otoño de ropa se vuelve el suelo,
apresuran su galope, 
esparciendo huellas,
masticando cuello.
Por si ocaso, 
damos el abrazo a torcer.
Tarde:
el tiempo se ha empañado;
las manos, colmado de intimidez.
Erizan, escrutan, enzarzan, 
pechos y miradas,
nalgas y deseos,
mientras nuestros ombligos danzan, 
entre sí, 
retorciéndonos,
como si,
pétalo a pétalo,
hubiesen deshojado ascuas sobre nuestros pies.
Y es que es tanta la dicha auspiciada,
tanto el pubis despeinado, 
que se asoma la sangre.
Exige.
Caemos…

A tientas, 
nuestros vientres se encuentran.
Una sola y misma pretensión: 
explosionar.
Para lo cual,
un ostinato de fricción estalla,
y, en cuestión de ganas, 
ahí nos tienes,
despacio, interior, polifónicamente,
¡chapoteando en el sol!
Jadean los pulmones. 
Las axilas comienzan a llorar;
las pestañas, a incubar 
trepidación, fogosidad, inconsciencia…
Magia. 
Nos olvidamos.
Tú, de ti y de todo.
Yo, en ti, 
     en ti, 
     en ti…

Entíbiase la tarde,
o el invierno,
o donde sea que sea o que estemos todavía,
así, 
entre súbitos,
según vas, 
          vengo,
     vienes, 
           voy,
como haciéndonos hueco.
Han echado raíces de nuca y pelo las caricias,
de omoplato y uña,
de garganta y cielo.
Ha chirriado la impaciencia hasta darnos de sí.
Nos damos cuenta,
no por vencidos.
Nuestras frentes, yuxtapuestas.
In crescendo, el frenesí.
Nuestro olor, 
restregado en cada senda de lunares.
Gajos de sonido, 
al punto 
de ebullición.
¡Incluso nos recita,
con la lengua fuera,
el corazón,
espasmos de voz y aire!
Más que al unísono,
¡al fin!

De repente, 
tu respiración me mordisquea.
Se ensaña, me acelera.
Se acelera, me ensaña.

De repente, 
algo se insinúa,
¡pero por todo lo alto!
Y más es la premura,
más las sensaciones, 
las convulsiones, 
las espuelas 
del calor,
los resuellos,
la música…

          Suficiente.

Eclosionamos.

En vez de tenderte, estrujas.
En vez de suspirar, grazno,
                    no derrotado, derretido.
          ¡Evohé! ¡Evohé!,
quisieran recaudar nuestros tímpanos.
Pero, boca arriba, sólo sale vaho. 
                    Vaho y ecos.
                         Ecos.
                    Vida.

Nos miramos.
Con las yemas, las mejillas.
Y así como tu ingle se destrenza de la mía,
otra vez
caemos.

Bajo ti.


En la resaca torpe del paroxismo.

 


Felizmente cansados.

 


Todavía: paráfrasis de un pronombre (2024)