Fiesta en el pueblo,
la gente come y sonríe
antes del desahucio,
vapor de espinos,
pero yo quiero ser feliz,
soy mujer que mueve el viento,
una rama desgajada
que sostienen tenues
tus manos osadas de mortal.
Mi cuerpo tiene pocos límites,
cierra cinco segundos los ojos.
Estamos en un valle boscoso y lejano,
y en un sendero lleno de flores
se percibe una fragancia leñosa
que limpia el aire,
hay robles, fresnos y arces,
ya se roza la palabra del bosque.
Ascendemos por la montaña,
viene olor a resina de pinos y abetos
hasta llegar a las nubes,
residencia cristalina
de los dioses griegos,
inaccesible para el humano
se abre para la diosa etérea
de los bosques volátiles.
En mi palacio de cristal
las musas están alborotadas,
nerviosas por el cónclave,
el regalo de bodas del Olimpo
es un Decreto de inmortalidad.