Cuando yo era un niño,
el mar muerto solo estaba enfermo,
sus aguas susurraban cariños,
bajo un sol que ardía eterno.
Las olas, cual lamentos suaves,
acariciaban la orilla con desvelo,
y la sal se alzaba al viento cual ave,
como lágrimas en un pañuelo.
Recuerdo el cielo plomizo,
reflejando un azul incierto,
y los días de juegos precisos,
sobre arenas de sueños y cuentos.
Aún no entendía lo que pasaba,
ni el silencio que crecía lento,
pero sabía que aquel mar agonizaba,
y en su tristeza, guardaba un tiempo.
Ahora miro el horizonte,
buscando un eco del pasado,
cuando el mar muerto, en su norte,
solo parecía estar cansado.