He dormido no lo suficiente, poco.
La mañana sin pena, sin gloria,
las espadas en todo lo bajo, las ganas
de volar desmerecen los vientos.
Los ojos dos persianas flojas,
la música de fondo a tono,
la velocidad de mis dedos plausible,
la letras van tomando cuerpo,
la papelera tiene hambre, las ideas
van brotando con la dificultad
de una estalactita, el maldito
blanco se oscurece como de noche.
Poco, y la mente me pide árnica,
y le digo que no se rinda tan pronto,
que el oasis de allí enfrente es real,
que los espejismos de que se habla
son meros espejismos, sin palmeras,
y que una vez allí, lenta, abrevará
como abrevan los camellos, fresca
y tierna será la hierba, y el sueño.
No lo suficiente, algo parecido
a seis horas cuando, por lo ordinario,
mi abrir los ojos a la tibieza de la luz
se produce tras al menos siete, rayos
rayando la indiferencia de la persiana,
apunto hacia el techo pensándote,
me quedo un poco, el cortisol se abre
paso entre la desgana, la espalda sube
del colchón e incorpora el culo al borde.
La tarde ejerce su peso sobre párpados
y pestañas, y la caída de los ojos inminente,
las tropas punzando sobre una muralla
con la pugnacidad que da el saberse dentro.
El poema —si nos atenemos al étimo— avanza
como Aníbal en los Alpes, ciego de ira, seguro
de que su sucederse ante la vista del lector
llegará a buen puerto, y es vilano al viento,
mariposa sin efecto, mi cansancio.
Paro aquí, casi ya no confirmo este rosario
de letras sobre la pantalla.
Publico ya, lo que sea que sea esto.
Lo dejo estar.