Hay demonios y princesas
en un libro inacabado,
produce hambruna
en los dedos, desamparados
de la vigilia que supone ganas.
El capítulo primero es huérfano
sin el epílogo; la soledad no sabe
dónde termina la ausencia
de la hoja que quedó triste,
que fue princesa breve
como el brote que cae
por la tempestad.
Mi libro aparece y se pierde
como mi tez en las estaciones,
es un final que no habita
en mis ojos: sin oxígeno
no hay posible fuego
y se vuelve árbol talado.
Todo cuanto es el pronombre
de mi libro inacabado
no lo borra la entera manzana,
ni espera el bocado
que habilitan demonios y princesas.
El prólogo existe en mis labios,
pero deshidratados no van al mar,
la hoja queda virgen
de demonios y princesas.
Casa quiere si no se es nómada,
pero la libertad
no sabe de almanaques
y sí mojarse como espera
una piedra para el río
y ser mar.