Donde mis ojos, estos ojos,
se despiertan en otros.
LUIS CERNUDA
OTRO ABRAZO IMPROLONGABLE SE AGOTÓ
para dar paso, durante un después, a otro.
Y entre medias, nuestra maniatada piel.
Y entremedias, tú, ensanchando mi humor propio;
yo, con mis imperfecciones en flor;
febrilmente rebozados en sabor, nosotros.
¡Ningún miedo sobrevive a eso!
¡Ninguna inseguridad durmiente!
¡Ningún fracaso rehén!
Precisamente ahí,
en esa carestía de complejos,
en ese vaivén de paz horizontal, adherente,
de improviso,
una imagen de mí mismo tuya erupcionó.
Precisamente así,
habitándonos,
permearía mi valor, mi atractivo y mi agradecimiento.
Hasta todavía.
¡Y cómo no!
Aunque improlongable,
¡érase un bienestar superlativo!
¡Qué otra cosa podía traducir yo
desde mi entimismamiento!
Abrazados, me he creído,
pero siempre contra tu cuerpo,
contra tu vida.
¡Y qué le voy a hacer si me autoestimas!
¿Descalzarme de ella?
¿Espejismarte?
¿Inabrazarnos quizás?
No, no me pidas desamarrar tu presencia,
o no mientras palpite esta cutánea casualidad,
bífida y despalabrada,
pero nuestra.
¿Dónde sino ahí las sonrisas se arrellanan?
¿Dónde sino ahí desajustamos la realidad
para excederla,
para estrecharla?
No, no me pidas desamarrar tu presencia.
Antes bien,
dejemos que los labios nos ausculten,
que cada descarga emocional, apisonada,
discurra, a flote,
sobre nuestra pleamar de mansedumbre.
Para cuando este último abrazo
—improlongable, como todos—
se agote,
no habrá nada que objetar:
ya estaremos inmersos en otro,
el nuevo último otro.
Todavía: paráfrasis de un pronombre (2024)