Mercedes Bou Ibáñez

Aquella madrugá

 

Aquella madrugá
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Érase una vez que se era
o de esas veces que no eran,
o no tuvieron que ser,
las tinieblas inundaban
las almas de oscuridad.
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Murió de frío el aceite
y la tea del candil
que alumbra la madrugá.
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Y andaba el amor perdido
por solitarios caminos
de la sierra de Graná.
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Ya las trompetas del miedo
comenzaban a sonar,
en las esquinas los perros
mascaban crudos silencios,
los gatos en los tejados
untaban en ellos pan.
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Luciérnagas, de amor ciegas
fueron al cielo a volar
para traerse con ellas
de las estrellas la luz
y así apagar las tinieblas
de tan negra oscuridad.
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El universo detuvo
con lágrimas en los ojos
el errante cabalgar.
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No eran los cuernos de un toro,
ni las cinco de la tarde,
no era la quinta avenida,
ni él, torero de postín,
ni había ningún Camborio
para poderle ayudar.
¡No brillaron las navajas
en aquella madrugá!
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Una paloma sin alas
lloraba desorientá,
olor a vino barato
flotaba en el olivar.
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Dejó de mugir la vaca
al ver la yerba sangrar
y al eco, entre las peñas
se le oyó fuerte gritar;
¡Aquí ha nacío un poeta
pa´ toa la eternidad...!
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Mercedes Bou Ibáñez
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