En el vasto tapiz de la fe, hilos de compasión se entretejen,
con la mirada de Jesús, que a las multitudes veía.
Como pastor de almas perdidas y corazones deshechos,
en su abrazo celestial, ninguna oveja queda desprotegida.
Él, reflejo del amor del Padre, de bondad infinita,
no desea que ni uno solo de sus hijos se extravíe.
En cada acto de bondad, en cada gesto de caridad,
se revela el amor divino, tan inmenso como el día.
La alegría nos embarga al saber que somos amados,
por un ser supremo cuyo amor es tan vasto como el mar.
Y al conocer más a Jesús, nuestro amor por lo divino,
como río creciente, fluye y no cesa de aumentar.
Jóvenes en búsqueda de guía, en la congregación hallarán,
hermanos y hermanas maduros, cuya sabiduría es un manantial.
Ellos, con sonrisas de paz, sin arrepentimiento alguno,
han elegido un camino de servicio, sin mirar atrás.
Comparten experiencias, tejidas de fe y esperanza,
historias de vida que son faros en la oscuridad.
Y en la encrucijada de la vida, cuando las dudas asalten,
sus consejos son faroles que iluminan la verdad.
Porque en la multitud de consejeros, la sabiduría se encuentra,
y en el coro de voces experimentadas, la verdad resuena.
Así, el amor por lo divino crece, y el espíritu progresa,
en la comunión de vidas que en la fe se entrelazan.