Balbucear
cuando ya no queda otro camino
balbucear
aunque poco de a poco
ir diciendo.
Primero una palabra solitaria
después de la palabra
vendrá el recuerdo
y las palabras del recuerdo
que nos recuerden la palabra.
Temblando
llorando
llenos de miedo
no dejar de decir.
Me fui cayendo
y por una artimaña del destino
me veía caer.
A veces
iba cayendo como la nieve
lentamente
más que caer
el verdadero juego era volar.
Olímpico hielo algodonoso
me posaba sobre las almas
y en la oscura pasión
de los encuentros
un instante era yo
luego otra cosa.
A veces volar era caerse
violentamente
contra la nada
contra la tierra
contra una mujer.
Piedra
granizo serpenteante
caía sin parar.
Calor endurecido
vértigo de llegar al final
atravesaba todos los confines.
Bestia condenada a morir
atravesaba el alma.
Fui libre todo lo que quise.
De tanta libertád
me fui llenando las manos
y los ojos
de violentas miserias.
La soledad y el hambre
en cada libertad
se apoderaban de mi mente
y rumiaba la libertad
como si la libertad
fuera un pasto salvaje
y yo una fiera.
Libertad inútil libertad
y mordía una vez más ese vacío
y salía a la calle
y los mercaderes me miraban
con malos ojos
y algunos amigos me decían:
Estás adelgazando
seguir así
te llevará al silencio
alguna tarde morirás.
Muerto
yo los miraba
entontecido sin comprender.
Envolvieron mi cuerpo
con delicadas prendas
como nunca nadie me había visto
y se gritaban unos a otros:
La libertad vivía en él.
La libertad ha muerto.
(Del libro La Poesía y Yo; Ed. Grupo Cero)