En la danza del viento, en el canto del mar,
no envidien, mis hijos, lo que otros puedan guardar;
pues cada corazón tiene su propio altar,
y en el eco del alma, el amor se hace amar.
Las flores del prado, en su alegre compás,
no compiten ni celan su brillo fugaz;
cada una en su esencia, su vida es capaz,
de llenar con su aroma el vasto solaz.
Que el cielo los inspire con su inmenso fulgor,
no codicien el oro ni su falso ardor;
pues el mundo se ensancha con su perverso vigor,
pero en su inherente ser encontrarán el más puro valor.