♥(¯`*•.¸♥millondurango♥¸.•*´¯)♥

Los ojos de Jehová están puestos en los justos (1 Ped. 3:12).

 

 

En la vastedad de la vida, cada alma se enfrenta a pruebas, un viaje a través de mares tempestuosos y valles sombríos. No estamos solos en este peregrinar; hay una presencia, una guía, que como faro en la noche, ilumina el camino. En la quietud de la oración, encontramos consuelo, y en las sagradas escrituras, hallamos un mapa que nos dirige hacia la luz. La congregación, como un abrazo cálido, nos sostiene y nos recuerda que el amor es el idioma universal que todos entendemos.

 

Agradecidos estamos por el cuidado de Jehová, por esa mano invisible que nos levanta cuando caemos y nos susurra al oído palabras de aliento cuando el ánimo flaquea. \"Él es la alegría de nuestro corazón\", el refugio en la tormenta, la paz en el tumulto. En la gratitud, encontramos la fuerza para seguir adelante, para aprovechar cada herramienta que se nos ha dado, cada palabra de aliento, cada gesto de amor.

 

Para honrar ese cuidado, debemos cultivar la bondad, sembrar actos de compasión y cosechar la obediencia a lo que es justo y bueno. Es un compromiso con nosotros mismos y con la eternidad, un pacto silencioso de seguir el sendero marcado por valores eternos. Y así, en cada paso obediente, en cada elección correcta, reafirmamos nuestra fe y fortalecemos el lazo que nos une con lo divino.

 

Porque en la eternidad, donde el tiempo se desvanece como bruma al amanecer, lo que perdura es el amor, la bondad, y la luz que hemos compartido. En cada acto de bondad, en cada palabra de esperanza, dejamos una huella imborrable, un eco de nuestra esencia que resuena a través de los siglos. Así, en la danza infinita de la vida, cada alma se convierte en una nota en la sinfonía celestial, una melodía de amor y gratitud que se eleva hacia lo alto, hacia la eternidad.