Del amor que vivimos un día
cuando juntos tocamos el cielo,
permanece metido en el alma
tu dulce recuerdo.
Las caricias que siempre me diste
cobijadas con cándidos besos,
hoy titilan igual que luciérnagas
con triste aleteo.
Tu sonrisa tan dulce y tan diáfana
que era rayo de luz en invierno;
ha quedado en mi mente brillando
como brilla en la noche un lucero.
De tu voz con su timbre armonioso
que tenía un acorde ta tierno;
yo lo escucho en las ráfagas suaves
del cálido viento.
El fulgor que despide la luna
con su rayo argentado y sereno,
me recuerda la luz que irradiaban
tus ojos tan negros.
Y al sentir el susurro del río
cuyo cauce recorre en silencio;
me recuerdas las glorias supremas
que viviera en tu cálido lecho.
Autor: Aníbal Rodríguez.