Amanece.
Todavía estoy entre dormido y despierto.
La habitación se mantiene en penumbra,
porque permanece cerrada.
Solo se escucha el suave ronroneo del ventilador,
como monotonía de fondo,
que adormece,
mezclando sonido y brisa en una sola dosis,
en el letargo de la mañana.
Tras el ventanal la vida comienza.
El bullicio de las aves me despierta.
Abro la puerta que da al patio,
y varios gorriones se disputan su hembra
revoloteando entre los barrotes
de la ventana.
De pronto las aves se asustan y levantan el vuelo;
el susto gorrionero puede más que la pasión,
y no queda un gorrión,
todos vuelan en distintas direcciones,
solo yo quedo en mi jaula,
prisionero de mi mismo,
asomado a la ventana.
Desde allí volar veo a las aves.
Casi les tengo envidia
y siento dolor de alas,
las alas que necesito,
para volar mariposas,
para volar esperanzas,
para disputar a gorriones
la hembra de la mañana.
Frank Calle (8/junio/2019)