♥(¯`*•.¸♥millondurango♥¸.•*´¯)♥

La verdad es la propia esencia de tu palabra (Sal. 119:160).

 

 

En la vasta esfera de la existencia, donde la confianza se desvanece como el rocío al amanecer, se alza una voz que clama por la verdad en un desierto de dudas. La humanidad, perdida en un laberinto de preguntas, busca un faro que guíe su barco a través de mares tempestuosos de incertidumbre. En este anhelo, algunos encuentran consuelo en las palabras de antiguos textos, buscando en sus páginas la promesa de un puerto seguro.

 

La fe de los fieles se teje como un tapiz, con hilos de esperanza y confianza en un poder superior que, según creen, no conoce la mentira ni el engaño. En la sagrada escritura, encuentran un refugio, un espejo de sus más altas aspiraciones y un eco de una verdad inmutable. Para ellos, cada versículo es un susurro divino, cada capítulo un mapa hacia la redención.

 

Mientras tanto, el mundo observa, escéptico, cuestionando la veracidad de lo divino, ponderando la pureza de las intenciones detrás de los altares y los tronos. La confianza se ha convertido en una moneda escasa, y la fe, para muchos, en una reliquia del pasado. Pero aún en medio de la incredulidad, persiste la búsqueda de algo o alguien en quien depositar su fe.

 

Los líderes, sean de naciones o de templos, enfrentan el escrutinio de las masas, que con ojos críticos y corazones heridos, demandan pruebas de integridad. La confianza debe ser ganada, no otorgada ciegamente, y cada acción es pesada en la balanza de la opinión pública.

 

En este contexto, los siervos de una fe inquebrantable se mantienen firmes, aferrándose a la convicción de que su camino es justo y su guía infalible. Para ellos, la palabra escrita no es sólo letra muerta, sino un manantial de vida, un pacto eterno que trasciende la fragilidad humana.

 

El diálogo entre la fe y la duda es tan antiguo como el tiempo mismo, un debate perpetuo que resuena en las cámaras de la historia. Cada generación plantea sus preguntas, cada era ofrece sus respuestas, y en el centro de todo, la eterna búsqueda de la verdad.

 

Y así, en el vaivén de la confianza y la desconfianza, la humanidad continúa su danza, un baile de sombras y luces, donde cada paso es una elección entre la fe y el escepticismo. En este escenario, la Biblia permanece como un testigo silencioso, un legado de palabras que para algunos es la voz de Jehová, y para otros, un enigma por descifrar.