En la penumbra de la duda, donde la confianza se desvanece,
donde los líderes y amigos a menudo defraudan,
la humanidad busca un faro, una guía que no traicione.
La historia, en sus páginas sagradas, predijo esta era,
donde la lealtad es rara y la traición, una epidemia.
Mas allí, en el horizonte de la fe, surge una promesa,
un refugio en el divino, un amor que no cesa.
Jehová, dicen, es un amigo que no abandona,
un padre que en el caos, a sus hijos corona.
Cristo, el sacrificado, el puente entre lo humano y lo divino,
ofreció su vida, un acto de amor genuino.
En él, los fieles encuentran un ejemplo a seguir,
un líder inquebrantable, en quien sí pueden confiar.
La guía de las Escrituras, un faro en la tormenta,
consejos y parábolas, una verdad que alimenta.
Fortalece al hermano, al enfermo y al herido,
al que sufre burlas, al que ha sido perseguido.
Como los primeros cristianos, enfrentamos la prueba,
con la fe como escudo, la esperanza se renueva.
Pablo, con sus cartas, fortaleció a los de su tiempo,
y hoy, sus palabras resuenan, un eterno aliento.
En la congregación, nos apoyamos mutuamente,
edificando la fe, con amor fervientemente.
Aunque el mundo sea incierto, y la confianza escasee,
en la palabra divina, una luz siempre se ve.
Así, en el mundo de Satanás, donde la desconfianza reina,
los verdaderos cristianos, una senda de confianza tejen.
Con Jehová como guía, y Cristo como modelo,
la fe se fortalece, más allá del mero consuelo.