Los petirrojos vuelan con su cantar
por las calles del pueblo al anochecer,
cuando la Luna brilla su renacer
y los vecinos empiezan a soñar.
La brisa nocturna viene a refrescar,
el rocío de hierbas al reverdecer
los colores de las plantas florecer,
de los balcones las tiestos a colgar.
El Sol despierta la campiña dorada
alfombrada de los pacientes trigales;
ya los segadores juntan los aperos.
Al alba de la primera campanada,
se apresuran por caminos vecinales,
al laboreo de esforzados braceros.